Mejor que la de Julia

 

Cuando salí al escenario y miré al fondo de la sala, no me salía la voz. Era mi última función, la gira había sido larguísima, y cuando compartes espacio con 5 compañeros durante 8 meses hay un momento que no puedes más. Y además, si no eres solo actor, si no también el guionista y director… necesitas volver a tu vida lo antes posible. Sea esa, buena o mala. 


La carrera de un actor a los 34 años, puede ser frustrante, si no has conseguido los éxitos que esperabas cuando entraste en la escuela de teatro de Madrid con 19 años. Allí, todo eran sonrisas, era una especie de campamento de verano donde, todo el mundo se liaba con todo el mundo, trabajábamos desde el desconocimiento y bailábamos todas las noches en la discoteca de la vuelta de la residencia. Allí, todos y cada uno de nosotros pensábamos que íbamos a ser los próximos Julia Roberts Y George Cloney. Pero la realidad te atrapa y al día siguiente de que te den el título, para algunas personas significa la carta de libertad, pero para otros, y ese era mi caso, se convertía en una condena. No quería separarme de Nora. 


Nora y yo habíamos estado juntos desde el principio, desde antes de empezar las clases. Nos conocimos en las pruebas de acceso y desde ahí jamás nos habíamos separado. Era mi mejor amiga, la única que había tenido de verdad, y sabía que en cuanto le tocase recoger su título en aquella sala, sería la última vez que la vería. Su madre venía a por ella, para llevarla a Londres a la escuela más importante de teatro de Europa. Allí ella se olvidaría de mí… 


Nunca me atreví a decirle lo que sentía por ella cuando sonreía. Sobre todo cuando sonreía. Era la sonrisa más increíble del mundo. Incluso más que la de Julia…


La última vez que vi esos labios y esos dientes tenía 22 años y hoy, 12 años después los volví a ver. En esas butacas de la última fila, de la última función, de la última obra que había escrito sobre ella.

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